La política mundial del desarrollo sostenible que se incrustó en los países en su marco legal, académico y económico, se convierte en una estafa colosal de dimensiones socio-ecológica que tiene al planeta al borde del colapso
El desarrollo sostenible, la estafa colosal que está acabando el planeta (I)
Ahora que vivimos la segunda década del Siglo XXI, podemos saber hasta dónde han llegado las acciones que se hablaban, y se hablan, en los discursos, los conceptos y las definiciones. Ahora sabemos sus alcances en la vida concreta reflejado en la perspectiva que expone el planeta.
La Comisión Brundtland (1987), encargada de construir la nueva narrativa, lo que hizo fue recoger los fragmentos de los 25 años de críticas y diseñar una definición que solo fue como aquella película que te hace llorar de sentimientos, pero es solo eso, una película, una ficción; en la realidad, eso no se aplica, todo es simulación… una estafa colosal.
Y es que, a decir que el desarrollo sostenible es aquello que satisface las necesidades presentes sin comprometer la capacidad de las generaciones futuras para satisfacer sus propias necesidades, no es otra cosa que poner límites a las necesidades actuales. Lo mismo que decían Carlson, Seers, Club de Roma y Cocoyoc 25 años atrás.
Consumo sostenible sin límites
A 35 años de la aparición del discurso sobre el desarrollo sostenible, ¿en qué momento se ha procurado cambiar nuestras formas alimenticias, de vivienda o de consumo en general, que detenga el impacto socio-ecológico que arrastra la humanidad al colapso planetario?
Desde ese tiempo, se ha incrementado el consumo de enseres que se convierten rápidamente en montañas de basura por toda ciudad del país por pequeña que sea, debido a que los productos tienen su obsolescencia en corto tiempo precisamente para incentivar el mismo comercio que da sustento a la mayoría de los habitantes de esas mismas ciudades.
Igualmente pasa con el uso de materiales extractivos para la construcción de cada vez más casas, edificios de lujo excesivo, miles de calles y carreteras en enormes ciudades inacabables que ahora las llaman megalópolis o zonas metropolitanas que se han convertido en enormes centros socio-ecológicos altamente contaminantes y contaminados.
Y para alimentar a esos monstruos urbanos es necesario hacer agricultura intensiva y extensiva que derrumbe selvas y bosques para monocultivos y pastizales con enorme consumo de agua para proveer de cárnicos, por ejemplo, alimento que no debería ser esencial, pero es imprescindible en la sociedad actual.
Estas prácticas, lejos de disminuir con todos los elementos integrales que introdujeron a los sistemas sociales, aumentaron; a pesar que el discurso sobre la sostenibilidad invadió las estructuras jurídicas, legales y académicas, hasta convertirlo como religión que debía profesarse en las aulas, al menos en concepto espectador ante el saqueo.
Discurso hecho Ley
Después que la Comisión Mundial del Medio Ambiente y del Desarrollo (Comisión Brundtland) publica la definición que se buscaba en 1987 para acomodársela al concepto de desarrollo, cinco años después se llevó a cabo en Río de Janeiro una cumbre de 178 mandatarios que firmaron compromisos sobre el medio ambiente y desarrollo.
Esa firma obligaba a los países, incluido México, a adoptar en su legislación nacional el discurso sobre el desarrollo de aquel 1949 con el añadido del sostenible de 1987.
Todos “los Estado deberán promulgar leyes eficaces sobre el medio ambiente. Las normas, objetivos y prioridades en materia de ordenación del medio ambiente, deberían reflejar el contexto ambiental y de desarrollo al que se aplican”, así lo ordenaba el principio 11 del compromiso firmado por los países.
La traducción del sustainable development se adoptó en México, por alguna razón incomprendida, como desarrollo sustentable y, a partir de esa concepción, en 1999, bajo el mandato de Ernesto Zedillo, hoy empleado del mismo corporativo hegemónico mundial, el discurso fue plasmado en la Constitución en su artículo 25 párrafo primero.
Desde entonces, han proliferado leyes de desarrollo sustentable tanto federal, estatal y en reglamentos municipales, no solamente en México y su territorio, sino en todo el mundo. El discurso se incrustó en el seno regulador de la sociedad haciendo creer que estamos obligados a limitarnos, cosa que ha ocurrido lo contrario.
Para demostrar lo anterior basta ver el crecimiento vehicular en Jalisco. En el 2000 había 1.3 millones de unidades y para el 2021 los automotores sumaban más de 4 millones. Un incremento del 221.2%. (IIEG, 2022).
La mayoría de ese porcentaje está concentrado en la Zona Metropolitana de Guadalajara por lo que considere Ud. lo que representa casi 3 millones de autos más en 20 años circulando en la ciudad bajo las leyes de desarrollo sustentable que limitan los daños al ambiente y a las personas.
Pero el discurso no se institucionaliza solamente en leyes y reglamentos, se empotró también en el sistema educativo del país que busca moldear que el discurso se defienda a capa y espada desde infantes hasta doctorantes en medio de una estela contaminante sin precedentes como el Río Santiago, el crecimiento excesivo de ciudades o la preocupante contaminación del aire en las grandes urbes .
Formación académica del discurso…
El desarrollo sostenible, la estafa colosal que está acabando el planeta (III)…