Cientos de cabalgantes de la región de la costa del Pacífico-Centro cumplen 46 procesiones de dar gracias a la Virgen del Rosario por la Sierra Cacoma entre Autlán de Navarro y Talpa de Allende.
Recién terminó el periodo de la Cuaresma donde las festividades católicas se desbordan en la mayoría de los pueblos del vasto y extenso abanico cultural de la región del Pacífico-Centro mexicano.
Entre todas esas festividades religiosas, existe una peculiar celebración que congrega a cientos de personas de diferentes pueblos de la región para un fin común que conjuga dos potentes sentimientos vivos: Uno es la fuerte devoción de fieles católicos que peregrinan a Talpa para encontrarse con la Virgen del Rosario y, el otro, la poderosa conexión humano-caballo que se fusionan en uno al trotar las montañas de la Sierra Cacoma.
A esta práctica de peregrinar a caballo por la Sierra Cacoma, que se ha vuelto costumbre a lo largo de 46 años, se suman pueblos de la región de la costa de Jalisco como Autlán de Navarro, Villa Purificación, Cuautitlán, La Huerta, Cuzalapa, Lo Arado, el Grullo, por mencionar algunos, y otros allende los límites como El Colomo, Jalipa o el Veladero de Camotlán del vecino estado de Colima.
La ruta

La Sierra Cacoma es el tramo de pinos, encinos y otros enormes árboles que tupen esplendorosos paisajes del sistema montañoso que parte al Norte desde las faldas del volcán de Colima para terminar en la Bahía de Banderas.

La ruta que trota el cabalgante es de alrededor de 120 kilómetros por el mero lomo de la Sierra Cacoma, un verdor a 2400 msnm que comparten, en esa ruta, los municipios de Autlán de Navarro, Villa de Purificación, Ayutla, Cuautla, Tomatlán y Talpa de Allende. Estas montañas se convierten en el hidrosistema que hace escurrir los innumerables ríos de la región llamada Pacífico-Centro mexicano.
Caballos y jinetes de la costa se reúnen en la Ganadera Local de Autlán el primer día del novenario de San José como parte de las celebraciones religiosas de la Cuaresma y se adentran en lo alto de sierra durante 4 días hasta llegar a Talpa de Allende.
Durante el viaje, los cabalgantes que suben la montaña a pedir ayuda a la Virgen o pagar alguna deuda o manda por algún favor concedido, no solo llevan cargando penitencias, sino la oportunidad del disfrute de uno de los pasajes naturales más espectaculares de la región.
Porque, aparte de la convivencia con los abundantes gigantes productores de oxígeno que desintoxica el cuerpo, los exuberantes y diversos paisajes que se encuentran al paso del camino, son una maravilla que le da un sentido medicinal al paisajismo.



La ruta trae consigo un acercamiento místico que envuelve religión y naturaleza en un solo fenómeno, un sincretismo peculiar que se respira en cada paso, que siente en cada golpe de vista, en cada mirada, sea del caballo o del mismo humano.
Cabalgantes
Los españoles trajeron el caballo a México y, desde entonces, al nacer el mestizo, se ha tenido una relación con el equino de propios rasgos que la diferencia sobre otros cabalgantes en el mundo. Desde la misma adecuación a la misma montura, que le llaman silla de charro, hasta los usos como cabalgante que se le ha dado en la región.

Los mestizos, esa raza crecida a partir de la invasión española, ha construido lazos con el equino que lo funden en un sólo ente que camina las montañas mexicanas. Y es que, subir la montaña a 2400 msnm se hace por caminos sinuosos, con gradientes pronunciadas y barrancas profundas.
El cabalgante, caballo y humano, como uno sólo, enfrentan y sortean las adversidades que la montaña les depara año con año, de distinta manera. Ambos tienen un constante entrenamiento durante meses que sirve para aguantar el trote de subidas y bajadas.
Durante el tiempo que tiene la peculiar procesión, en el camino han quedado tanto humanos como caballos.
Un poco de historia
La historia de la peregrinación a caballo para dar gracias a la Virgen del Rosario de Talpa, tiene su origen en un párroco que todavía monta su caballo y acompaña la procesión año con año.
Jorge Lorenzo Domínguez Brambila, un hombre de 85 años de edad nacido en Villa de Purificación, afamado jinete de la región, sacerdote desde 1963 y fundador de la tradición de la acción de gracias a la Virgen de Talpa, a caballo, cuenta la génesis de esta peregrinación:
“Los que levantábamos en aquel tiempo el carnaval de Autlán, yo les cabresteaba los toros en la plaza porque me gustaba, ya en ese tiempo ya no jineteaba; los que salimos del carnaval en 1977, ‘oigan pues vamos a ver a la Virgen de Talpa a darle gracias porque no nos pasó nada grave, no hubo ningún muerto ningún golpeado; soy capellán de plaza desde 1970; esos fundamos la peregrinación a dar gracias a la Virgen y ninguno había venido a Talpa a caballo…”.
Contando anécdotas y parajes del primer camino, el peculiar sacerdote dice que “…en dos, los primeros años, en dos días hicimos la jornada; caballos matados y luego aparte, no había potrero, nada, de modo que cualquier llanito, cualquier lomita, cualquier parejito, había ganado y había yeguas y pues, pura gente brava venían con pistolas…”.
Desde entonces a la fecha, dice el clérigo, «se han ido sumando gente del mismo Autlán como de otros pueblos de la región y más allá, como ha habido jinetes que vienen de Cd. Guzmán, Guadalajara e incluso de Estados Unidos».

El Cura Domínguez es de familia campirana que mantenía ganado, por lo que el montar a caballo era parte del trabajo diario. Él refiere que el amor al caballo nace desde dentro porque “la espina que pica, desde chiquita pica. Si un niño le gustan los caballos, ese tiene base; un niño que le tiene miedo, es una mortificación quererlo; a veces ya lo trae uno en la sangre».
Talpa de Allende
El Cabalgante baja la Sierra cansado; trae molidos los músculos de las piernas y ambos transitan la bajada quedo, lento, sin prisas. Deleitándose del último día de regocijo visual; el último día de apreciar la arrugada piel de la Tierra y su pelambrera de generosos árboles que tupen la dermis de este pedazo de mundo.
Así, llegan a la carretera. Vuelven a la realidad. Regresan al asfalto y a esa irresistible seducción de la tecnología, porque empiezan activar los teléfonos con el sonido de las redes sociales que nos vuelve dependientes cual vulgar narcótico.
Son casi 20 kilómetros de asfalto que los cabalgantes trotan esquivando autos que van y vienen del destino final: Talpa de Allende.
En la tarde noche, ya bien comidos y bien bañados, todo peregrino colma la plaza de la Basílica, llena de algarabía, música y jolgorio; un regocijo masificado por una buena cantidad de personas que expresan su devoción a la Virgen a la hora de la conmemoración del novenario de San José.

Al día siguiente, después de 5 días de la penitencia de dormir en el suelo o arriba de las camionetas, en Talpa la noche ni se siente, en cuanto cierras los ojos, ya amaneció. Es la noche más corta.
Para el Cabalgante, es el día esperado. La culminación del trote por la montaña. Mujeres y hombres sacan la gala después de 5 largos días sin glamour. Camisas nuevas de impresiones alegóricas del grupo al que pertenecen salen a lucirse como estandarte que indica su procedencia.
Después de la misa de rigor, se forma una larga fila de cabalgantes rumbo a la Basílica de Talpa. Grupos de pueblos participantes engrosan la Columna Ecuestre de Peregrinos que llegan a Talpa a dar gracias por la protección o la concesión de una manda o pedimento de fe a la Virgen del Rosario.

En la procesión se trota alrededor de un kilómetro de La Alameda a la Basílica. En el recorrido de gala por el casco urbano de Talpa, gritan vivas a la Virgen y a los personajes principales que mueven y hacen posible este peculiar evento cultural de la esa región.













































































