Por David Sorensen. Stop World Control
Nos dijeron que el futuro sería cromo y hormigón. Un mundo estéril de rascacielos sin alma y máquinas voladoras,
humanos envueltos en trajes sintéticos, flotando como fantasmas en un laberinto de metal y cristal.
Sin árboles. Sin abejas. Sin pájaros. Sin brisa. Solo drones zumbando y pantallas parpadeantes. Un cementerio digital, disfrazado de progreso.
Pero ¿y si te dijera que mintieron? ¿Y si el verdadero futuro fuera justo lo contrario?
¿No un descenso a la maquinaria, sino un retorno —glorioso y divino— al Edén?
No un mundo de plástico y veneno, sino de ríos caudalosos y árboles imponentes, de jardines repletos de flores silvestres y frutas,
de niños bailando en prados bañados por el sol, de humanos caminando en armonía con los animales … y una vez más con su Creador.
Los profetas del progreso nos vendieron una fantasía de muerte. Una matriz de delirios. Pero algo en lo profundo de nosotros ha comenzado a despertar.
Un recuerdo antiguo… Un susurro de la eternidad que nos llama de vuelta a la vida.
Miren a su alrededor: Las masas giran. No hacia Marte ni el Metaverso, sino hacia las montañas y los bosques.
A la belleza salvaje e indómita de la Tierra. A la leña y la masa madre, al agua de manantial y a la luz de las estrellas. A algo real.
¿Por qué el vídeo de un hombre construyendo una choza de barro en la jungla atrae a 272 millones de almas que lo miran con asombro?
¿Por qué un vídeo de una mujer horneando pan junto a un arroyo despierta lágrimas en millones de corazones endurecidos?
Porque la humanidad anhela la vida. El alma. El roce del viento en la piel y el canto de los pájaros al amanecer.
Hemos terminado con la mentira. Hemos terminado con el trance. Hemos terminado con la matriz sintética.
Puedes encerrar a la gente en torres de cristal, pero no puedes extinguir su anhelo de paraíso.
Incluso en las prisiones de neón de la ciudad moderna, el alma aún añora arroyos fríos, fogatas crepitantes, bayas frescas y luz solar real.
El Metaverso de Mark Zuckerberg fracasó porque nadie quiere vivir con gafas.
Fuimos creados para vivir en la gloria. Fuimos creados para la naturaleza.
Galopar por campos abiertos, nadar en lagos glaciares, maravillarse con las galaxias del cielo.
No sentarse en cabinas climatizadas, viendo mentiras digitales pasar por una pantalla. No.
Nacimos para la alegría. Fuimos hechos para habitar en la belleza.
Cuidar jardines. Saborear el cielo en la tierra. Caminar con Dios en la frescura del día. Vivir, vivir de verdad.
Y yo creo, no, yo sé, que ahí es donde vamos.
Un regreso mundial al Edén. Pero esta vez… sin la serpiente. Porque ha sido juzgado. Y su reinado está llegando a su fin.
La era de la tecnología muerta y el control sin vida se está derrumbando. La era de la esclavitud sintética, de los sueños de wifi y las pesadillas de los pesticidas, de la comida falsa, la gente falsa, las vidas falsas… está muriendo.
Porque no tiene vida.
El Foro Económico Mundial, esos desalmados sacerdotes de la distopía, hablan de “sostenibilidad”, pero ¿qué tiene de sostenible la destrucción? ¿Qué tienen de duradero las mentiras?
Envenenan, esterilizan, corrompen y esclavizan, ¿y se atreven a decir que eso es «salvar el planeta»?
Míralos.
Vuelan a Davos en aviones privados e importan esclavas sexuales por cientos, porque son incapaces de amar.
Sus corazones son desiertos. Sus almas se están pudriendo. ¿Y estos son los que dicen liderar el mundo?
No son constructores. Son destructores. No son creadores. Son vampiros. Se alimentan de vida, porque no tienen ninguna.
Están cavando sus propias tumbas. Y caerán en ellas. Pronto. Porque la vida está resurgiendo.
Veo un futuro tan radiante, tan vivo, tan rebosante de alegría, que nuestras mentes de hoy apenas pueden comprenderlo.
No es una fantasía. Es un recuerdo de lo que una vez fue, y una visión de lo que volverá a ser.
Y esto escuché, de la voz del Creador mismo:
«DAVID, TRAE EL FUTURO AL PRESENTE».
Ese es mi llamado.
Ver el nuevo mundo…
y atraerlo al ahora.