Por Giorgio Agamben
No se puede entender el significado de lo que ocurre hoy en Israel si no se comprende que el sionismo constituye una doble negación de la realidad histórica del judaísmo.
El sionismo no sólo representa la culminación de ese proceso de asimilación que, a partir de finales del siglo XVIII, ha borrado progresivamente la identidad judía, sino que, de hecho, transfiere el Estado-nación cristiano a los judíos.
Lo decisivo es que, como ha demostrado Amnon Raz-Krakotzkin en un estudio ejemplar, el fundamento de la conciencia sionista es otra negación, la negación del Galut, es decir, del exilio como principio común a todas las formas históricas del judaísmo tal como lo conocemos.
Las premisas del concepto de exilio son anteriores a la destrucción del Segundo Templo y ya están presentes en la literatura bíblica.
El exilio es la forma misma de la existencia de los judíos en la tierra y toda la tradición judía, desde la Mishná hasta el Talmud, desde la arquitectura de la sinagoga hasta la memoria de los acontecimientos bíblicos, fue concebida y vivida en la perspectiva del exilio.
Para un judío ortodoxo, incluso los judíos que viven en el Estado de Israel están en el exilio. Y el Estado según la Torá, que los judíos esperan con la llegada del Mesías, no tiene nada que ver con un Estado nacional moderno, hasta el punto de que en su centro se encuentran precisamente la reconstrucción del Templo y la restauración de los sacrificios, de los que el Estado de Israel ni siquiera quiere oír hablar.
Y es bueno no olvidar que el exilio según el judaísmo no se refiere sólo a la condición de los judíos, sino a la condición defectuosa del mundo en su integridad.
Según algunos cabalistas, entre ellos Luria, el exilio define la situación misma de la divinidad, que creó el mundo exiliándose de sí misma y este exilio durará hasta el advenimiento del Tiqqun, es decir, la restauración del orden original.
Es precisamente esta aceptación sin reservas del exilio, con el rechazo que implica de toda forma actual de Estado, lo que establece la superioridad de los judíos respecto de las religiones y los pueblos que se han comprometido con el Estado.
Los judíos son, junto con los gitanos, el único pueblo que ha rechazado la forma estatal, no ha hecho guerras y nunca se ha manchado con la sangre de otros pueblos.
Al negar el exilio y la diáspora en sus raíces en nombre de un Estado nacional, el sionismo ha traicionado la esencia misma del judaísmo.
No debería sorprendernos entonces que esta expulsión haya producido otro exilio, el de los palestinos, y haya llevado al Estado de Israel a identificarse con las formas más extremas y despiadadas del Estado-nación moderno.
La tenaz reivindicación de la historia, según la cual la diáspora, según los sionistas, habría excluido a los judíos, va en la misma dirección.
Pero esto podría significar que el judaísmo, que no murió en Auschwitz, quizá conozca hoy su fin.