El 15 de noviembre, se realizaron marchas en más de 35 ciudades de México. Algunas tuvieron episodios de violencia, como en CDMX y Guadalajara. En esta última hubo dos movilizaciones: una pacífica y otra con disturbios en el centro.
Por Javier Orozco Alvarado, Ex rector del Centro Universitario de la Costa, Universidad de Guadalajara.
El pasado 15 de noviembre se realizaron diversas marchas de la llamada Generación Z en casi todo el país, en las que participaron más de 35 de las principales ciudades de México. Algunas se tornaron violentas, como sucedió en la CDMX, donde hubo represión de la policía, o como en Guadalajara, en donde se presentaron algunos disturbios.
En particular, en la capital de Jalisco hubo dos movilizaciones; una, en la que participé, partió de la Glorieta de los Desaparecidos (antes Niños Héroes) e hizo su recorrido hasta la glorieta Minerva y concluyó pacíficamente en Casa Jalisco, con la presencia de jóvenes, sus padres, abuelos y sus mascotas; otra, salió de la Plaza del Parque Agua Azul y concluyó en el centro de la ciudad con los consabidos desagradables resultados.
Estas marchas fueron vistas anticipadamente por la presidenta Claudia Sheinbaum como una movilización promovida por la ultraderecha, los conservadores, los prianistas; orquestada desde el exterior y dirigida por bots para desestabilizar su gobierno. Bajo esa apreciación, la presidenta instaba a los jóvenes a no dejarse manipular por los enemigos de la “transformación”.
En mi entender, esta movilización encabezada por los jóvenes de la Generación Z, nos deja algunas lecciones que las autoridades y sus seguidores no han querido entender por su sobrada soberbia, arrogancia e incapacidad para interpretar lo que está sucediendo verdaderamente en el país.
En primer lugar no quieren entender que no basta con emplear carretadas de dinero prestado, para gastarlos en programas sociales para comprar la aceptación popular; mientras los servicios de salud y medicamentos están por los suelos, la inseguridad se mantiene imparable, los campesinos demandan precios justos, los jóvenes no encuentran empleo, la economía no crece y el régimen protege a los criminales, incluidos los de cuello blanco que operan desde el gobierno.
En segundo lugar, es cierto que, aunque era una marcha de jóvenes, tuvo la virtud de reunir gente de todas las edades, las ideologías, las clases sociales y quienes se preocupan por lo que sucede actualmente en nuestro país: unos mostraban pancarta para pedir medicamentos para el cáncer, otros seguridad, justicia para Carlos Manzo o el rechazo al gobierno de Claudia Sheinbaum y su partido Morena.
Aunque la presidenta menosprecia y minimiza esta manifestación por no llenar el Zócalo de la CDMX, que fue obstruida y saboteada por el propio gobierno; lo que no entiende es que la movilización se llevó a cabo en todo el país sin acarreos, tortas, refrescos y pago por asistir, como acostumbra hacer el gobierno para reunir las multitudes que presumen.
En cada ciudad, los jóvenes tuvieron el respaldo de sus familias y sectores agraviados por un régimen indolente, represivo e insensible; por eso en Jalisco participaron no sólo la Generación Z, los familiares de desaparecidos, gente que apoya el campo, al alcalde recientemente asesinado y quienes rechazan al régimen y los partidos que nos gobiernan.
En fin, en cada estado, en cada ciudad que participó, la gente se unió a la marcha por la falta de oportunidades laborales, por la inseguridad, los desaparecidos, la corrupción, la impunidad, la falta de apoyo al campo, a los damnificados por inundaciones, por huracanes y por la debacle nacional.
















































































