En reciente artículo, Larry Fink critica la primera ola de globalización por «beneficiar desproporcionadamente a los inversores». Propone una «segunda globalización» que combine mercados abiertos con un enfoque en metas nacionales y el bienestar de los trabajadores. ¿Una ventana ideológica a la implementación de mayores controles y regulaciones?
Larry Fink, CEO de BlackRock, ha lanzado un audaz llamado a reimaginar la globalización. En un reciente artículo, Fink critica la primera ola de globalización por beneficiar desproporcionadamente a los inversores mientras deja atrás a los trabajadores. Por eso, propone una «segunda globalización» que combine mercados abiertos con un enfoque en metas nacionales y el bienestar de los trabajadores.
La propuesta de Fink propone «hacer borrón y cuenta nueva con el capitalismo inclusivo».
En un artículo reciente publicado en Financial Times, titulado «Es hora del segundo borrador de la globalización», Fink describe la economía mundial como un sistema «extraño» y profundamente desigual.
Según él, la primera ola de globalización, que tuvo su auge tras la caída del Muro de Berlín en 1989, impulsó un crecimiento económico sin precedentes, pero sus beneficios se concentraron en manos de los inversores, especialmente aquellos que apostaron por índices como el S&P 500.
Mientras tanto, los trabajadores de regiones industriales, como el «cinturón de óxido» en Estados Unidos o las zonas manufactureras de Europa, vieron estancarse sus salarios y oportunidades. Esta disparidad, argumenta Fink, ha generado una ola de descontento que se manifiesta en el auge del proteccionismo y el rechazo al «globalismo sin barreras». Para Fink, este fenómeno no es una aberración, sino una consecuencia lógica de un sistema que priorizó el capital sobre las personas.
Ante este diagnóstico, Fink no propone abandonar la globalización, sino transformarla en lo que él llama una «segunda globalización» o «reglobalización».
Este modelo busca integrar los mercados abiertos con un enfoque renovado en las prioridades nacionales y el bienestar de los trabajadores. En lugar de un sistema que beneficie exclusivamente a los grandes inversores, Fink aboga por «democratizar la inversión, haciendo que los frutos del crecimiento económico lleguen a más personas».
El documento, que puede leerse como un manifiesto económico de los dueños del mundo, impulsa la idea de usar tecnologías como la tokenización —que permite fraccionar activos y hacerlos accesibles a pequeños inversores— o el capital programable para financiar «proyectos de impacto social».
La economía mundial, un sistema “profundamente desigual”
En su artículo, Fink describe la economía mundial como un sistema “extraño y profundamente desigual”. Lo hace con tono crítico, pero también estratégico. Identifica con claridad los síntomas de un modelo en crisis: estancamiento salarial, concentración de la riqueza, descontento social. “Vimos cómo las acciones del S&P 500 se disparaban, mientras comunidades enteras en el cinturón industrial de Estados Unidos y Europa se desmoronaban”, señala.
Este desequilibrio, advierte, no solo es éticamente problemático, sino también políticamente insostenible. «El auge del proteccionismo no es una aberración. Es una respuesta lógica a un sistema que dejó de funcionar para demasiadas personas», sentencia. Y es en esa grieta, entre la autocrítica y la ambición reformadora, donde Fink introduce su propuesta: una “segunda globalización”.
No se trata, aclara, de cerrar fronteras ni de volver al aislacionismo económico, sino de rediseñar la arquitectura de la globalización para que incluya explícitamente el bienestar de los trabajadores y las metas nacionales. Es un giro pragmático: mantener los beneficios de los mercados abiertos, pero evitar las consecuencias de un modelo que, hasta ahora, concentró sus ganancias en los bolsillos de unos pocos.
“Necesitamos una globalización que respete las prioridades locales y que esté anclada en el bienestar de la gente”, afirma Fink. En su visión, esto se traduce en democratizar el acceso a los mercados financieros, promover la inversión en sectores tradicionalmente desatendidos y utilizar nuevas tecnologías como la tokenización de activos para reducir las barreras de entrada a la inversión.
“La tecnología puede ser una herramienta para alinear el capital con las necesidades reales de las comunidades”, asegura. Fink plantea que mediante instrumentos como el capital programable o la fraccionalización de activos, es posible transformar la manera en que se distribuye la riqueza. “No se trata solo de crecer más, sino de crecer mejor”, afirma.
Fuente: El Mercurio Ahora o Nunca. Leer artículo completo.