Escrito por Jim Quinn vía The Burning Platform blog
Poca gente entiende lo que la guerra de Ucrania significa para las grandes empresas: oportunidades. No se trata sólo de armas y contratos de reconstrucción. Las vastas tierras agrícolas de Ucrania, entre las más fértiles del mundo, están en juego, y empresas estadounidenses como BlackRock están en primera línea. RFK Jr. lo explica con destreza y claridad.
JP Morgan y BlackRock: de financiadores de la destrucción a «héroes» de la reconstrucción por valor de medio billón de dólares – La hipocresía de la reconstrucción de Ucrania por las mismas empresas que se beneficiaron de la guerra
JP Morgan y BlackRock, junto con la consultora McKinsey & Company, colaboran con el gobierno ucraniano para crear un fondo de reconstrucción. El objetivo de este fondo es atraer importantes inversiones para la reconstrucción del país, que podría costar entre 400.000 y 1 billón de dólares, según las estimaciones. Este fondo, denominado Fondo para el Desarrollo de Ucrania, utilizará un enfoque de «financiación mixta» para movilizar capital público y privado, centrándose en sectores prioritarios como las infraestructuras, el clima y la agricultura.
BlackRock y JP Morgan ofrecieron sus servicios pro bono para gestionar este fondo, aprovechando su experiencia en mercados financieros y gestión de deuda. La intención es que este fondo pueda empezar a funcionar plenamente una vez finalizada la guerra, aunque la planificación ya está en marcha y se ha debatido en recientes conferencias internacionales.
La reciente asociación entre JP Morgan, BlackRock y McKinsey & Company para reconstruir Ucrania pone de relieve la amarga ironía de la actual situación geopolítica. En un acuerdo que pretende recaudar cientos de miles de millones de dólares para la reconstrucción de una Ucrania devastada por la guerra, estos gigantes financieros estadounidenses se posicionan ahora como los salvadores económicos de un país cuya destrucción, en parte, fue facilitada por políticas y acciones en los mercados financieros que ellos mismos dominaron y moldearon.
Estados Unidos, a través de sus políticas e intervenciones exteriores, tiene un largo historial de fomento de la inestabilidad en diversas regiones del mundo. En el caso de Ucrania, la situación no es diferente. Desde el principio de la crisis ucraniana, los intereses estadounidenses estaban claros: debilitar a Rusia y ampliar la esfera de influencia occidental. La ironía se hace aún más evidente si tenemos en cuenta que muchas de las mismas instituciones financieras a las que ahora se pide que reconstruyan Ucrania son las que se han beneficiado inmensamente de los conflictos armados y de la desestabilización de los mercados mundiales.
JP Morgan y BlackRock son entidades profundamente arraigadas en el sistema financiero mundial, y ambas tienen un historial de financiación de industrias militares y gobiernos que perpetúan los conflictos. JP Morgan, por ejemplo, tiene un largo historial de participación en la financiación de guerras y regímenes autoritarios en todo el mundo. BlackRock, a su vez, como mayor gestor de activos del mundo, tiene participaciones en prácticamente todas las grandes empresas de defensa, que se benefician directamente de la fabricación de armas utilizadas en conflictos como el de Ucrania.
Esta dicotomía es alarmante: las mismas instituciones que financiaron la destrucción son ahora celebradas como líderes de la reconstrucción. El «fondo de reconstrucción» propuesto para Ucrania no es sólo un esfuerzo humanitario; es también una maniobra estratégica para garantizar que el capital occidental tenga el control de los futuros activos e infraestructuras económicas del país. La reconstrucción de Ucrania, que costará hasta un billón de dólares, representa una lucrativa oportunidad para estas empresas, que ahora son vistas como salvadoras.
Además, la presencia de McKinsey & Company en el proyecto añade una capa adicional de críticas, ya que la consultora ha sido acusada con frecuencia de prácticas poco éticas y de connivencia con regímenes corruptos. La falta de transparencia y las controvertidas prácticas de McKinsey ponen en entredicho la integridad del proceso de reconstrucción.
Fuente original (en inglés): Activist Post















































































