Los productos que caducan en corto tiempo para incentivar el consumo y se acumulan en montañas de basura que contaminan el planeta, cuestionan seriamente a la política del desarrollo sostenible hasta prefigurarla como un fraude colosal.
Lejos de la intención que cualquier producto que usamos en la cotidianidad nos dure toda la vida, los fabricantes, en pos del consumo y el comercio, decidieron ponerse de acuerdo para que todos los productos tuvieran una vida útil programada para volver a comprar el mismo producto n cantidad de veces en la vida.
No hay producto alguno que no tenga puesto, esté usando o tenga a su alrededor en este momento de su lectura que no tenga impregnada la idea que se vuelvan obsoletos, se desgasten o dejen de funcionar en un tiempo determinadamente corto, jamás de por vida.
Le puedo hacer una lista desde productos electrónicos como computadoras, teléfonos o autos, lavadoras entre otros muchos, pero no me alcanzaría este espacio para mencionar cada uno de ellos.
Para ilustrarse mejor sobre la obsolescencia programada es obligado ver el documental Comprar, tirar, comprar que desnuda la perversidad y la avaricia humana sin importar que se agote todo recurso de la tierra.
Y es que, habrá que pensar un poco sobre la razón que fundamenta la implementación de una política lesiva que ha puesto al planeta en una gravedad socio-ambiental que desautoriza todo el andamiaje político, jurídico, académico e ideológico del llamado “desarrollo sostenible”.
Si el consumo y el comercio es la razón visible de la implementación de la obsolescencia de los productos que se usan en la cotidianidad, es de lógica elemental pensar en la avaricia de la venta que este genera; pero esto va más allá y no se circunscribe únicamente en el insano lucro avárico.
La ciudad, una peligrosa bomba
Toda política implementada es pensada y planeada, muchas veces a largo plazo, digamos a 50, 100 o más años, sobre todo a nivel global.
A raíz de la implementación de la política del desarrollo a finales de la primera mitad del Siglo pasado, se vivió un auge de “modernidad y buena vida”, sobre todo en el mundo occidental impulsado por la hegemonía gringa que dividió al mundo en países desarrollados y subdesarrollados.
Esa división propicio el traslado de tecnología, industrialización y formas de sobrevivencia humana de los primeros a los segundos, y con ello un nuevo estilo de vida de la población que adquirió ese traslado ideológico.
De ahí, México en particular, pero igual ese mundo mencionado, vivió intensamente la migración de la vida rural a la cotidianidad urbana llena de comodidades y facilidades de conseguir sustento y sobrevivencia humana.
La ciudad creció y los hijos de aquellos migrantes labradores de la tierra se olvidaron de sus orígenes y se convirtieron en comerciantes. Solo para ilustrar lo anterior con un dato vigente: la población en Guadalajara dedicada al comercio, sea ventas o servicios, ronda el 89% y los trabajadores en industrias casi el 9% (IIEG, 2021)
Al no existir otra opción, la migración siguió hasta conformar hoy el mapa que diferencia, al grado del asombro, la ciudad de Guadalajara de 1950 a la del 2022.
Decía un sabio hombre que el fin del mundo sería cuando todos estuviéramos en el comercio.
Observando a Guadalajara, CDMX o cualquier ciudad, entonces podría ser entendible el auge de la obsolescencia de los productos para mantener a la mayoría de la población en el trasiego del comercio a costa del agotamiento de los insumos desde la naturaleza para sostener la desorbitante fabricación de productos.
Observarlo nos daremos cuenta de la enorme trampa ratonera que la sociedad mexicana ha caído con el comercio. Un sistema de voracidad infinita de comodidad y confort que se estrella en el mundo finito.
La obsolescencia programada y el desarrollo sostenible, políticas de un mismo palo
Pero esta política de la obsolescencia programada existe en medio de una política pregonada para la conservación de los recursos y el equilibrio de la naturaleza para las nuevas generaciones denominada mundialmente como Sustainable Development (Desarrollo Sostenible o Sustentable).
Y la cosa rara, es que ambas políticas, que son de naturaleza opuesta, están impulsadas por el mismo grupo hegemónico en el mundo. El viejo y oprobioso lenguaje de la hipocresía de hablar una cosa y en la práctica hacer lo contrario.
Para decirlo de otro modo, el desarrollo sostenible es una colosal hipocresía de una estafa mayúscula que se impone en el discurso, en leyes o en la misma academia, como un tipo de acción publicitaria que, como cualquier producto, engaña a quien la compra.
Y, por otro lado, la obsolescencia programada, es el monumental cinismo corporativo industrial-comercial que poco atiende a leyes o deberes y que, en los hechos, se convierte en un crimen pan-ecológico sin precedente en la historia de la humanidad.
Ambas acciones, prefiguran algo más que simples hechos. El fraude monumental y el ecocidio mortal, se conjugan en una trasgresión que va más allá de las fronteras humanas; actos ominosos que figuran un crimen mayor que atenta a todo lo que habita en el planeta.
Si existe el crimen de lesa humanidad vs el atentado a la vida humana, este sistema político-comercial impuesto debería de tipificarse como crímenes de lesa planetaria por poner al borde del colapso generalizado a todo el orbe y lo que habita en él.
Totalmente de acuerdo, pero eliminar la obsolecenca programada generaria un enorme desempleo. Esto requiere un profundo analisis