Por Thierry Meyssan
La opinión pública israelí está cambiando. Después de haber dado la espalda al primer ministro Benyamin Netanyahu, por su comprobada ineficacia ante los hechos del 7 de octubre, algunos israelíes se volvieron nuevamente hacia él, a raíz de la respuesta militar de Irán que marcó el 11 de abril. Se estima que alrededor de una tercera parte de los israelíes apoyan en este momento a Netanyahu. Se trata de los colonos, que viven en los asentamientos ilegales de Israel en Cisjordania, y de ciudadanos que consideran enemigos a los árabes, los turcos y los persas.
Las otras dos terceras partes están abriendo los ojos. La ejecución, el 31 de agosto, de 6 rehenes ante la proximidad de las “Fuerzas de Defensa de Israel” (FDI) que supuestamente iban a liberarlos, ha demostrado a esa gran mayoría que, lejos de representar una esperanza, la presencia de las tropas israelíes en la franja de Gaza constituye un peligro mortal para los rehenes. Esa gran mayoría ahora se percata de la obstinación de Netanyahu –quien ya no sólo invade Gaza sino que también apunta hacia Cisjordania, igualmente en detrimento de las vidas de los rehenes– y la ve como la demostración de que el primer ministro no está al servicio de todos sus compatriotas sino sólo al servicio de los colonos. Pero esa gran mayoría no percibe aún el sufrimiento de los israelíes árabes, ni la crueldad de los pogromos antiárabes y todavía menos la limpieza étnica desatada contra los palestinos de la franja de Gaza.
En ese contexto, la Histradut, la organización sindical histórica de Israel, que entre las dos guerras mundiales fue la organización más importante de los judíos que vivían en Palestina, convocó la huelga general. Al igual que los sindicatos occidentales, la Histadrut ya no es tan importante como lo fue en el pasado, cuando surgió como una emanación del movimiento de los judíos que formaban los kibutz. Hoy sólo cuenta unos 400 000 miembros, pero, como organización, la Histadrut sigue disponiendo de gran autoridad moral. Al hacer uso de la palabra en el mitin donde convocó la huelga general, su principal dirigente, Arnon Bar-David, declaró:
«Estoy aquí para luchar, para que nadie quede olvidado. Los judíos no abandonan a los judíos. ¿Quién no sabe eso? No es posible que nuestros hijos mueran en los túneles por causa de consideraciones políticas.»
Alegando que, en vez de defender a los trabajadores, la Histadrut estaba “haciendo política”, el gobierno de Netanyahu logró que el Tribunal Nacional del Trabajo ilegalizara la huelga, mientras que el ministro de Finanzas, Bezalel Smotrich, impartía instrucciones para que los funcionarios públicos que se unieran a la huelga no recibieran sus salarios. A pesar de esas medidas, fueron muy numerosos los huelguistas, muestra de que son muy numerosos los israelíes que han llegado a la conclusión de que el primer ministro Netanyahu no defiende a los judíos.
Simultáneamente, uno de los 32 miembros del gobierno Netanyahu, el general Yoav Gallant, ministro de Defensa, declaró en pleno consejo de ministros que el nuevo objetivo planteado por el primer ministro –mantener en manos del ejército israelí el control del “Corredor Filadelfia” –la franja de 100 metros de ancho que bordea la frontera entre Gaza y Egipto– es una violación de los Acuerdos de Camp David, y precisó además que su control no aporta nada a la seguridad de Israel. El desacuerdo entre Netanyahu y su ministro de Defensa se convirtió en un enfrentamiento verbal, que el general llevó a la palestra pública.
El sitio web informativo Ynet, propiedad del grupo que publica el diario israelí Yediot Aharonot, que tiene la reputación de ser centrista a cercano al gobierno, señala que en mayo parecía que las partes estaban a punto de alcanzar un acuerdo, pero que todo cambió cuando la parte israelí dio a conocer su Documento de Clarificación, el 27 de julio. En ese nuevo texto, según reseña Ynet, la parte israelí planteó nuevas exigencias que hacen imposible la conclusión de un acuerdo. Fue precisamente en ese documento donde la parte israelí planteó, por vez primera, la exigencia de una presencia militar de Israel en el Corredor Filadelfia.
Toda persona que se mantenga al tanto de la política israelí es capaz de comprender por qué la huelga general de Histadrut y la airada protesta del ministro de Defensa tuvieron lugar en el mismo momento. Esa simultaneidad nos permite además entender lo sucedido el año pasado.
Durante la primavera de 2023, los partidos democráticos hicieron presión para que la Histadrut organizara una huelga general contra el proyecto gubernamental de reforma de las leyes fundamentales israelíes [el Estado hebreo carece de una Constitución propiamente dicha, sólo dispone de esas llamadas “leyes fundamentales”], o sea contra el golpe de Estado que los sionistas revisionistas han puesto en marcha desde que llegaron al poder… de la mano de Benyamin Netanyahu. Pero la Histradut, notoriamente de izquierda, en vez de concentrarse en la defensa de la democracia, también apoyó al general Gallant, a quien Netanyahu acababa de destituir súbitamente del ministerio de Defensa. La presión de la Histadrut fue tan fuerte que Netanyahu tuvo que anular la destitución de Gallant.
En aquel momento nadie entendía qué razones habían tenido los sindicalistas de izquierda para apoyar al derechista Gallant. Sólo despues se supo que Netanyahu había destituido a Gallant porque el general había estallado en pleno consejo de ministros y exigido explicaciones sobre la pasividad del propio Netanyahu ante los informes del Shin Beit (el contraespionaje israelí) y del ejército sobre los indicios que mostraban que el Hamas estaba preparando una acción de gran envergadura. En efecto, 4 meses antes de la acción del 7 de octubre, todos los servicios de inteligencia de Israel redactaban informe tras informe anunciando en todos la “Tormenta Perfecta”, el nombre en clave que habían dado a la Operación Diluvio de Al-Aqsa, que la resistencia estaba preparando y que finalmente se concretó el 7 de octubre. En aquel momento, Netanyahu ignoró olímpicamente los informes, actitud que mantuvo ante el reclamo del general Gallant en pleno consejo de ministros. En otras palabras, Netanyahu optó por no defender a sus compatriotas ante los avisos sobre la acción palestina del 7 octubre… pero la utilizó para desatar la operación israelí de limpieza étnica en Gaza y dejó que proliferaran los pogromos antiárabes en Cisjordania.
En este momento, la pregunta que hemos venido planteado en este sitio web desde mediados de noviembre pasado [1] comienza a imponerse también entre los israelíes: ¿Será que Netanyahu no era tan incompetente sino que más bien prefirió permitir que se concretara la acción palestina?
Esa pregunta está presente en las mentes de los israelíes que han solicitado la creación de una comisión investigadora del Estado, que analizaría todo lo vinculado con los hechos del 7 de octubre de 2023, desde su preparación hasta la respuesta israelí. Así lo ha solicitado la fiscal general de Israel, Gali Baharav Miara. Pero Netanyahu y sus cómplices se oponen a toda investigación.
Esa pregunta surge ahora en boca de la gran mayoría, desde que la prensa israelí reveló que el contraespionaje (el Shin Bet) había advertido al primer ministro de la inminencia del ataque… con 10 semanas de antelación [2]. Ya no se trata sólo de “fuentes” extranjeras sino de una de las agencias de seguridad más importantes de Israel.
Y poco a poco vuelve a salir a la superficie la historia de la actual coalición gubernamental de Israel. Los supremacistas judíos (kahanistas) no son una secta judía más. Son gente que reclaman que se destruya la mezquita Al-Aqsa para reconstruir en su lugar el templo de Salomón, a pesar de que los rabinos haredíes, tanto asquenazis como sefarditas, prohíben terminantemente a sus fieles la entrada al espacio que rodea esa mezquita. Algunos dirían que los supremacistas judíos son diferentes de los sionistas revisionistas de Zeev Jabotinski y de Benzion Netanhayu, quienes querían un Estado judío desde el Nilo hasta el Éufrates. Pero en realidad el rabino Meir Kahane era un agente de Yitzhak Shamir (el sucesor de Jabotinky) y se movía en Estados Unidos gracias al financiamiento que recibía del Mosad. Por cierto, durante su primer mandato como primer ministro, en 1996, Benyamin Netanyahu hizo cavar un túnel bajo la mezquita Al-Aqsa, conforme a los deseos de quienes aún hoy pretenden volar ese lugar sagrado del islam para reconstruir sobre sus ruinas el templo de Salomón.
Nadie menciona en Israel que Zeev Jabotinski y Benzion Netanhayu (el padre del primer ministro Benyamin Netanyahu) eran aliados del líder fascista italiano Benito Mussolini, quien dio albergue en Roma al Betar, la milicia judía creada por esos dos personajes [3].
Y, por supuesto, ningún israelí se atreve a interrogarse sobre los vínculos entre esos fascistas históricos y el nazismo. Es cierto que Jabotinski falleció en Nueva York el 4 de agosto de 1940, o sea al principio de la Segunda Guerra Mundial, sin haber tenido que pronunciarse sobre la ideología racista del nazismo. Pero entre la Primera y la Segunda Guerra Mundial, cuando era administrador de la Organización Sionista Mundial, Jabotinski se alió a los nacionalistas integristas ucranianos de Symon Petliura y Dimitro Dontsov en contra de los soviéticos. Jabotinski se mantuvo impasible ante las masacres de judíos perpetradas por los hombres de Petliura y Dontsov. Y cuando la Organización Sionista le pidió explicaciones al respecto, Jabotinski simplemente dimitió sin dar respuesta. De hecho, David Ben Gurion, el primer ministro israelí partidario de los Aliados, decía que Jabotinski era seguramente un fascista y quizás un nazi e incluso se opuso al traslado de las cenizas de Jabotinski a Jerusalén.
La interrogante se plantea por dos razones. En primer lugar, durante la Segunda Guerra Mundial los sionistas revisionistas negociaron con los nazis en contra de los Aliados. Fueron los alemanes quienes se negaron a llegar más lejos en su colaboración, mientras que los judíos seguidores de Jabotinski querían intensificar su cooperación con los nazis.
Además, en mayo pasado el historiador israelí Nadav Kaplan reveló que los discípulos de Jabotinski seguían todos los detalles de las negociaciones que el húngaro Rezso Kasztner, quien se hacía llamar Rudolf Ysrael Kastner, mantuvo con los nazis durante toda la Segunda Guerra Mundial. Ese personaje tenía incluso relaciones con Adolf Eichmann, el responsable nazi que estaba a cargo del traslado de los judíos hacia los campos de exterminio. El historiador Nadav Kaplan emite la hipótesis –por ahora insuficientemente demostrada– de que Ben Gurion ordenó asesinar al húngaro para evitar que aquel asunto saliese nuevamente a flote después de la guerra [4]. De confirmarse los trabajos de Nadav Kaplan habría una continuidad entre las matanzas de judíos perpetradas por los nazis y la masacre de palestinos que los sionistas revisionistas están perpetrando.
Habría que reconocer que los israelíes no son víctimas del Hamas sino de los sionistas revisionistas… igual que los palestinos.
Thierry Meyssan
Fuente original y créditos de la imagen: Kontrainfo