Nos encaminamos a una nueva esclavitud. Mayor a la de otros tiempos en que las espaldas recibían latigazos y los cuellos se sujetaban con grilletes. La esclavitud digital está aquí.
Por Carlos X. Blanco
Nos encaminamos a una nueva esclavitud. Mayor, si cabe, a la de otros tiempos en que las espaldas desnudas recibían latigazos y los cuellos, tobillos y muñecas se sujetaban con grilletes, argollas y cadenas. Hoy, el hierro no es necesario. Existen otras tecnologías de la sujeción. Se trata de las tecnologías de la información, la comunicación y control.
En realidad, no son tecnologías en el sentido estricto. De lo que estamos hablando no es de un “saber” o discurso razonado (logos) acerca de la técnica (techné). Más bien se trata de un conjunto de dispositivos basados en la electrónica y en la computación que habilitan a quien los suministra, bajo pretexto de “hacernos la vida más fácil” con sus aplicaciones, a disponer de ingentes datos sobre la vida privada, propensiones, afinidades, gustos, hábitos (que abarcan desde el comercio sexual hasta las chucherías).
Las empresas suministradoras ofrecen sus aplicaciones a particulares, empresas e incluso instituciones educativas de una manera aparentemente gratuita y con el señuelo de ahorrarnos trabajo físico e intelectual. Los consumidores, desde un niño en edad escolar que se mete en un aula virtual, hasta un adulto comprador online de regalos y libros, por ejemplo, creen sinceramente que con ellas su vida es “más fácil”, que gana tiempo, ahorra desplazamientos, evita almacenamiento de objetos físicos, que aprende más rápido y más eficazmente. La empresa que nos suministra las aplicaciones suele estar vinculada a algunas de las gigantes GAFAM (Google, Apple, Facebook, Amazon, Microsoft). En realidad la vida se complica y se empobrece.
El mundo educativo ha entrado de lleno en la manía digitalizadora. Con ocasión de la pandemia, la GAFAM se han frotado las manos. De forma, primero anárquica y, después, concertada con las administraciones de una manera formal o no, los gigantes tecnológicos aprovecharon el shock pandémico (se puede aplicar aquí la “Doctrina del Shock” de Naomi Klein a la perfección) para usurpar las funciones pedagógicas que únicamente le corresponden a padres, maestros y profesores.
Las GAFAM no sólo obtuvieron millones de datos adicionales sobre menores de edad, sino nuevos adictos a sus plataformas y un grado de dependencia hacia sus “servicios” que va a tener, a la larga, unos efectos devastadores. Toda una generación académica perdida, y la base social para que el hundimiento educativo y cultural de España sea imparable e irreversible.
A fecha de hoy, cuando el riesgo de contagio en los centros escolares es mínimo y la utilidad y el sentido de estas aulas digitales y estas plataformas on line es un asunto más que cuestionable, las administraciones educativas siguen empeñadas en potenciar esta pseudoenseñanza.
Los profesores están siendo más o menos coaccionados a “reciclarse” con cursos (a menudo fuera de su horario laboral) de digitalización. Estos cursos, como ya ha ocurrido en otros sectores como la banca y las ventas, supondrán precisamente la ruina para quien los sigue y pone su formación en práctica, pues el ahorro de puestos de trabajo y la sustitución del profesor por un sistema de algoritmos que irán cuantificando el “progreso” de los alumnos se impondrán más pronto que tarde.
Con estulticia ovejuna, muchísimos docentes son entusiastas de esta “revolución digital”, cegándose a una evidencia: es la muerte misma de la figura del profesor y el fin de la Educación tal y como la entendíamos desde los tiempos de Grecia y Roma hasta ayer.
Profesores y padres ausentes. El Estado del bienestar, que incluye un Estado formalmente comprometido en la labor de educar, también se está retirando. Un mundo regido por máquinas y una “revolución digital” al servicio de unos poderes mundiales que “educarán” a su manera y para su beneficio exclusivo.
La esclavitud digital está aquí.