El uso del cubrebocas fue promovido bajo el pretexto de la protección de la salud. Con el paso del tiempo, su significado se recicló. Hoy asume su verdadero rol inicial: un símbolo de distinción de clases. En todas sus dimensiones, es una bomba de tiempo contra la paz y la convivencia.
Por Claudio Fabián Guevara
El uso del cubrebocas tiende a convertirse en un elemento de uso permanente entre trabajadores, usuarios del transporte público y ciudadanos de “baja categoría”. Básicamente, es una imposición hacia las clases bajas que se ha convertido en un “estándar de servicio”. Hoy, cualquier cliente se siente con derecho a denunciar a un establecimiento comercial si sus empleados no usan su cubrebocas correctamente. ¡Sin embargo, los clientes, no están obligados a usarlo!
Lo mismo sucede en otros niveles. Se trata de la normalización cotidiana de un símbolo de jerarquías diferenciadas, de un sistema de castas. Éste se introdujo con el pretexto del “cuidado de la salud”, pero ahora se está sincerando como lo que fue desde el principio: una distinción de clase. El bozal es para los sirvientes, para los obreros, para las clases bajas. Los clientes, los jefes – los amos, en suma- están exentos.
Pronto habrá secciones de Primera Clase en los vuelos que no exijan “medidas de protección sanitaria” para sus pasajeros. En clase Turista, en cambio, serán apilados los jodidos que no puedan pagar el privilegio: todos embozalados.
Los promotores del cubrebocas se han sacado la careta. Ya no se trata de un problema de salud universal: Los tóxicos, sucios, contaminados y “contagiosos” son los pobres, los de abajo.
Pero la utilidad del cubrebocas no se agota en esa instancia. Hay más motivos para seguir imponiéndolo.
Por qué el uso del tapabocas es importante (para quienes pretenden imponerlo)
El uso del tapabocas seguirá siendo promovido por los arquitectos de la “pandemia”. Es un tema sumamente importante, pero no para resguardar la salud de las personas. La bizarra idea de que “protege” o “disminuye la transmisión” de enfermedades tiene nulo respaldo científico, y se acumulan los estudios que lo demuestran.
En cambio, el uso del cubrebocas es importante para el proceso de reingeniería social en marcha. Algunas razones:
- Establece una distinción de clase visible y manifiesta. Promueve en las clases serviles la sumisión psicológica, un sentimiento de vergüenza y culpa por la propia humanidad. Éste se complementa con el creciente número de instancias de control (test PCR, certificado de “vacunación”, chequeos de temperatura) a través de las cuales se consigue “demostrar la inocencia”. La salud ha dejado de ser un derecho, para convertirse en una obligación.
- Divide a la población en bandos enfrentados. Junto a la engañosa teoría del contagio, el cubrebocas ofrece una explicación simple para mentes ingenuas en torno a la ocurrencia o no de enfermedades. Familias y grupos de amigos se enfrentan en torno a la acusación contra el rebelde que insiste en respirar aire puro. La idea de que “puedes matar a tu abuelita” enciende el patrullaje interno dentro de las familias y fragmenta comunidades en un círculo de recriminaciones mutuas.
- Debilita y enferma a la gente, engordando la “estadística sanitaria”, afectando la disponibilidad de trabajadores y creando más pretextos para la profundización de la “reingeniería social”. El uso prolongado del bozal tiene un dañino impacto sobre la salud física y mental de adultos y niños. La creación por diseño de poblaciones enfermas, con trastornos cognitivos y otras discapacidades, le abre la puerta a la suplantación masiva de mano de obra humana por robots y sistemas de inteligencia artificial. La falsa noción de que somos “biológicamente peligrosos”, junto a “escasez de mano de obra”, es una tapadera ideológica para el plan de negocios de las grandes tecnológicas.
- Ofrece un argumento para el retorno periódico o definitivo de las “medidas sanitarias”. El levantamiento de las restricciones operado en la mayoría de los países es una trampa. Las “medidas sanitarias” no se han aflojado por obra y gracia del accionar de la gente, ni tampoco porque los gobiernos hayan admitido que son inútiles y perjudiciales. Más bien todo lo contrario. La percepción de mucha gente es que la pandemia se está dejando atrás GRACIAS a las restricciones y el programa de vacunación. Por ese motivo, veremos generalizarse en las noticias las “señales de alarma” ante los nuevos brotes “por culpa del levantamiento de las restricciones”.
Cubrebocas, vacunas, lenguaje inclusivo: narrativas que se refuerzan con el fracaso
Es curioso observar que el dogma del cubrebocas es una “solución” cuya narrativa funciona con la misma estructura que las “vacunas” o el “lenguaje inclusivo”. Esta estructura contiene un giro recursivo mediante el cual el dogma no se debilita con su fracaso, sino que se refuerza.
En todos los casos, la solución fracasa “pese al esfuerzo de muchos”, por “la irresponsabilidad de unos pocos”. Su estructura lógica tiene 4 postulados:
1) Para que la solución dé resultados, todos deben adoptarla.
2) Como no todos la adoptan, la solución no funciona.
3) Como la solución no funciona, se culpa a los infractores, los “negacionistas”, los que hacen caso omiso de la “recomendación”.
4) Por lo tanto, hay que profundizar las medidas, haciéndolas de cumplimiento obligatorio para todos.
Bajo este esquema de razonamiento, la violencia de género continúa por culpa de los que siguen usando los pronombres de género, o no asisten a los cursos sobre “masculinidad tóxica”. Asimismo, los “contagios” siguen por culpa de los que no usan cubrebocas, no guardan la distancia social o no se vacunan.
La percepción alarmista de las noticias refuerza el dogma, provocando la cadena de asunciones:
- Evidentemente, hay un problema que crece.
- Evidentemente, hay que tomarse más en serio las “soluciones”.
- Evidentemente, hay que hacerlas permanentes y obligatorias.
Siempre tan atinados.
Enhorabuena.